Un momento de recuerdos.

Camino mientras pienso en la única excepción, en mi única excepción, y pienso en todas las personas que se han quedado después de haberles enseñado el caos que cargo en las entrañas. Y pienso en lo bonita que resulta a veces la vida, y en las manos capaces de curarte la herida que tanto tiempo lleva abierta. También en los abrazos donde puedo construir una vida con todo y sus vistas, y el mar, y las estrellas, y las historias.

“Pronto hará frío”, pienso. Porque recordar lo que ya fue resulta ser un disparo terrible a los sentimientos. Y yo tengo varias cicatrices que dan por cierto lo que escribo. 

Y pienso que no todo tiene que salirnos bien, que algunas cosas pueden estar destinadas a ser un desastre, y tenemos la obligación de convertirlas en algo que suene bonito, como una canción, por ejemplo.

Yo escribo sobre las cosas que me persiguen, que se ataron a mí desde el principio, que se quedan cuando quieren huir, y siento cómo me abrazan por la espalda desde el otro lado de la cama, y las noches no me resultan tan solitarias desde que comencé a convivir conmigo y mis pensamientos.

Me detengo en la estación mientras espero que pase el tren correcto, el tren que me lleve a donde no quiero ir, pero en el que tanto necesito estar para comprender ciertas cosas. Y la gente me ve raro, porque estoy sonriente. 

Y lo entiendo todo, por eso sonrío: porque hay trenes que no es que no pasen, sino que esperan a que tú los busques y te subas primero. Porque no siempre hay que estar esperado: hay que también saber ir. 



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